Se habla a menudo del amor platónico y desinteresado, de los argumentos azucarados ad nauseam que lo legitiman… pero el deseo sostenido y no resuelto tiene muchísima más miga; a poco que una se lo proponga de manera cabal, esa comezón constante se transforma a diario en gestos, decisiones y acciones potentes y constructivas.
Desde luego duele un poco; lo justo para que el pulso acelerado se convierta en una fiesta, para que las miradas ardientes nos calienten en los fríos días del invierno social y que las pocas palabras basten para el buen entendedor. Pero ¿Quién no disfrutaría del dolorcillo justo que hace que todo se mueva por dentro? ¿Quién no aprovecharía toda esa energía potencial para hacer, decir y pensar sobre los asuntos pendientes, esos que nunca se abordan? ¿Quién se quedaría sin bailar frente a ese cierto ritmillo interior?
Aprovechemoslo mientras dure.
Puede acabar desapareciendo por si solo o puede saciarse transformandose en un ciclo alegre de deseo-satisfacción.
Pero esa es otra historia, y ha de ser contada en otro momento.
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Mermelada de pimientos verdes